Memoria firme II

Memoria firme II

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Esta obra del artista cubano Octavio Irving es una litografía realizada con la técnica de la siligrafía (litografía con protección de silicona). Este procedimiento le permite al artista jugar con la rica textura y gestualidad del trazo graso, convirtiéndose en un vehículo perfecto para su lenguaje visual. A través de esta técnica y de una figuración simbólica y surrealista, Irving explora las profundidades de la psique humana.

Composición y Elementos Visuales

La dinámica composición se centra en una interacción inquietante. Una figura híbrida dominante, con cabeza de ave o máscara, conecta su afilado pico de forma violenta con una de las cabezas humanas que flotan en el espacio. Esta acción sugiere una relación de poder o un vampirismo intelectual, mientras que las otras cabezas, con expresiones de pasividad o tormento, intensifican la atmósfera onírica y perturbadora.

Exploración Temática y Simbolismo

La obra se adentra simbólicamente en temas existenciales de alcance universal, utilizando la interacción central como una potente metáfora. Esta acción puede leerse como un acto de manipulación y control psíquico, donde una entidad dominante impone su voluntad sobre otra. La evidente fragmentación de los cuerpos y la angustia latente en los rostros son la manifestación visual de una extrema vulnerabilidad.

Estilo y Dominio Técnico

El estilo  gestual de Irving prioriza la emoción sobre la representación mimética. Su trazo es una fuerza en sí misma: enérgico, violento y profundamente físico. Más que dibujar, el artista parece esculpir las figuras con un denso tramado de líneas que se acumulan y se cruzan, creando una superficie texturizada que dota a los cuerpos de una vibrante y palpable tensión, tanto física como anímica. Este dinamismo se ve intensificado por un claroscuro magistral, donde las sombras profundas no solo definen el volumen, sino que se convierten en protagonistas activas de la escena, creando un ambiente opresivo y claustrofóbico. La luz lucha por emerger de esta oscuridad que amenaza con devorarlo todo. Finalmente, las figuras emergen de un fondo deliberadamente vacío, un no-lugar que funciona como un escenario puramente mental. Al aislar la escena de cualquier contexto narrativo o temporal, Irving obliga al espectador a una confrontación directa y sin escapatorias con la cruda carga psicológica de la interacción, convirtiendo la observación en una experiencia introspectiva.

Esta pieza manifiesta el poderoso universo de Octavio Irving. Frente al «vacío ontológico» que se debate en el arte contemporáneo, su obra se afirma con una figuración visceral y autorreferencial. Su trabajo se resiste a ese vacío, dotando a sus creaciones de un cuerpo sufriente, una voz expresionista y una clara teleología centrada en la condición humana. Con su técnica depurada y simbolismo, el artista nos invita a reflexionar sobre el poder y las zonas oscuras de la psique, confirmando su lugar como una voz fundamental en el arte actual.

Belen Mazuecos

Belen Mazuecos

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La obra de Belén Mazuecos se erige como una potente y compleja alegoría visual que, bebiendo del lenguaje surrealista, lanza una aguda crítica a la crisis contemporánea. A través de una simbólica composición en blanco y negro, la artista nos sumerge en un paisaje post-apocalíptico que funciona como un espejo de nuestras ansiedades colectivas: el cambio climático, la fragilidad de la cultura y el absurdo rol de la humanidad en medio de un desastre autoinfligido.

La obra ha sido realizada con un grabado en fotopolímero a partir de una de sus pinturas. La elección del monocromo intensifica el dramatismo de la escena, creando un claroscuro que modela las formas y genera una atmósfera tan sombría como desoladora. El escenario es un paisaje ártico en pleno deshielo, un mar caótico de témpanos fragmentados sobre el cual se yuxtaponen tres elementos de manera ilógica y provocadora: un glaciar con la inscripción «MUSEO», una figura humana disfrazada de oso panda y un busto clásico hundiéndose junto a una escalerilla de piscina.

Esta composición es el punto de partida para una mordaz crítica al mundo del arte, un tema central en la obra de Mazuecos. La institución cultural, el «MUSEO», está grabada sobre una estructura natural, efímera y a punto de desaparecer. Al mismo tiempo, el legado de la cultura, simbolizado por la estatua clásica, se presenta como un náufrago inútil, reducido a un mero objeto estético que flota sin función en medio de la catástrofe.

Para comprender la profundidad de esta crítica, es fundamental analizar los símbolos recurrentes que la propia artista ha desarrollado. Los osos panda, como el que protagoniza esta escena, representan a los mediadores del arte —curadores, galeristas, críticos— que «cuidan» a los artistas, a quienes ella considera una «especie frágil». El disfraz, por tanto, se convierte en una metáfora de la manipulación y el control ejercidos por estos agentes, así como una alusión al camuflaje y la mascarada que el propio artista debe adoptar como táctica de supervivencia en un sistema a menudo hostil.

Este agudo análisis del ecosistema artístico es el resultado de un enfoque casi etnográfico, donde la práctica de Mazuecos se convierte en una investigación de campo. Como artista y académica, observa y registra las dinámicas del sistema, traduciendo sus hallazgos en obras que reflexionan sobre la precariedad y la crisis de identidad del creador contemporáneo, atrapado entre la autenticidad y las presiones del mercado.

De este modo, la narrativa surrealista de la obra trasciende la crítica medioambiental para cuestionar el valor que otorgamos a la cultura en un mundo en crisis. Es una pieza que incomoda y obliga a reflexionar, un sombrío recordatorio de que, en el gran naufragio, quizás el arte sea solo otro de los objetos que flotan a la deriva.

Sedimentos, estratos de historia. Jim Lorena

Sedimentos, estratos de historia. Jim Lorena

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Titulada «Sedimentos, estratos de historia», la obra de Lorena es un grabado en fotopolímero sobre paperart que nos transporta a un tiempo remoto. Como parte de su proyecto «Tiempo Mineral», esta pieza explora el origen de la expresión humana: ese pasado primigenio donde la huella y el símbolo eran la única forma de dejar constancia de la existencia.

La obra se presenta como un hallazgo arqueológico, centrada en un «libro piedra» creado por la propia artista. Este objeto cerámico, cocido con la arcaica técnica de pit fire, posee un carácter ancestral y único. El diálogo entre la técnica y el soporte es clave: el fondo, que evoca las texturas del muro de la Catedral de Jaén, actúa como el sustrato, la tierra misma. Sobre él, el «libro piedra» aparece como un sedimento cultural desenterrado, un testimonio de la creatividad humana.

El intenso contraste entre el negro del libro y los tonos cálidos del fondo crea una sensación de revelación, como si el objeto acabase de ser descubierto. Sus texturas y marcas no son azarosas, sino que evocan los primeros ideogramas y nos conectan con el nacimiento de la escritura. De hecho, el «libro piedra» no contiene texto legible, sino la esencia de ese impulso: la necesidad de dejar una huella. Simboliza el momento en que el ser humano, ya fuera en Altamira o en el Danubio, comenzó a crear símbolos para comprender el mundo. Sus patrones, a veces interpretados como ojos, son en realidad vestigios de un lenguaje perdido, los «psicodramas» a los que se refería Emmanuel Anati.

La pieza es, a su vez, una cartografía de la historia de Jaén. El libro cerámico simboliza la riqueza de las culturas —tartésica, íbera, árabe— que conforman el subsuelo de la región. Representa la fuerza de esa historia que, en palabras de la artista, «transpira a través de los poros de la tierra».

En definitiva, «Sedimentos, estratos de historia» es una declaración poética sobre cómo la materia conserva la memoria cultural. La obra no solo representa un artefacto, sino que es un artefacto poético en sí misma. Al fusionar la geología del paisaje jienense con la historia de la expresión humana, Lorena nos invita a una contemplación pausada, a sentir el peso de los estratos culturales y a reconocer la profunda belleza que reside en nuestra necesidad ancestral de dejar huella.

La Chorrera. Paco Carrillo

La Chorrera. Paco Carrillo

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La obra de Carrillo es una inmersión en «La Chorrera», un conocido paraje de Valdepeñas de Jaén, que en sus manos parece un paisaje suspendido entre la realidad y el recuerdo. A través de una técnica de grabado en fotopolímero dibujado con gran maestría, el artista nos presenta esta escena natural que es, a la vez, un estudio detallado y un boceto evanescente. La pieza trasciende la mera representación topográfica para convertirse en una meditación sobre la percepción, la memoria y el propio acto de la creación artística.

La composición de la obra se fundamenta en un audaz y poético desequilibrio. La mitad superior está trabajada con una densidad casi obsesiva. Una maraña de vegetación, árboles y sombras se construye a través de trazos finos y entrecruzados, creando una atmósfera densa e impenetrable. En medio de esta espesura, se adivina una pequeña estructura de madera, casi engullida por el bosque.

La pieza vive en la tensión generada entre la masa oscura y detallada de la parte superior y la claridad sugerida de la inferior. El artista parece detener deliberadamente el proceso, dejando gran parte de las rocas y el agua en un estado de esbozo. Esta decisión convierte el papel en blanco no en una ausencia, sino en un elemento activo de la composición: es la luz, el potencial, el espacio por llenar.

La obra es un alarde de virtuosismo en el manejo de la línea. En la vegetación, la línea es nerviosa, fragmentada y acumulativa. En el agua, sin embargo, los trazos son más largos, suaves y paralelos, sugiriendo la calma y el reflejo de la superficie. La cascada que une ambos mundos se define por líneas verticales y enérgicas que transmiten la fuerza y el movimiento del agua.

La obra de Carrillo es una «proposición» poética sobre la naturaleza incompleta de nuestra percepción. No es un paisaje inacabado, sino una declaración deliberada sobre la imposibilidad de capturar la totalidad de una experiencia. Al yuxtaponer lo meticulosamente detallado con lo apenas sugerido, el artista crea un ecosistema visual que es a la vez real y onírico. Es una pieza que nos invita a completar la escena con nuestra propia memoria y a reflexionar sobre la belleza que reside tanto en lo que se muestra como en lo que se omite.

Cualquier Playa en Cualquier Lugar

Cualquier Playa en Cualquier Lugar

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La obra de Shadi es una composición silenciosa y monumental, un bodegón contemporáneo que trasciende la simple representación para meditar sobre la materia, el tiempo y la textura de la existencia. A través de la técnica del grabado en fotopolímero, el artista nos presenta un escenario atemporal donde dialogan tres elementos arquetípicos: madera, piedra y tela.

La pieza se organiza en un espacio casi teatral, con un equilibrio dinámico y asimétrico. A la izquierda, un trozo de madera anguloso —a la vez raíz y barco— domina la escena con su presencia. A la derecha, una roca redondeada actúa como un contrapunto estable y pesado. Tras ellos, una tarlatana arrugada cuelga como una vela, uniendo la composición y añadiendo una capa de complejidad visual. Juntos, estos «personajes» materiales evocan la imagen de un navío varado en una salina, un viaje interrumpido que simboliza tanto la migración exterior como la búsqueda de un anclaje interior.

La elección de una paleta monocromática es fundamental. Los grises profundos del grabado en fotopolímero despojan a los objetos de toda distracción, centrando nuestra atención en sus cualidades esenciales: la forma, el volumen y, sobre todo, la textura. La técnica captura con asombrosa precisión el grano astillado de la madera, la superficie porosa de la roca y el tejido fino de la tela, revelando la historia inscrita en cada superficie.

Cada elemento representa un estado diferente de la materia y la existencia. La madera es lo orgánico, la vida que fue, marcada por las cicatrices del crecimiento y la decadencia. La piedra es lo inorgánico, el tiempo geológico, una presencia ancestral e inmutable. La tela, por su parte, es lo artificial, la frágil y transitoria huella de la cultura humana, que podría ser tanto un sudario como un resto abandonado.

Así, la obra se convierte en un poema visual sobre la naturaleza del ser. No es una escena dramática, sino una contemplación serena. Al yuxtaponer lo orgánico, lo mineral y lo cultural, el artista crea un ecosistema simbólico que nos invita a sentir el paso del tiempo en las cosas y a reflexionar sobre nuestro propio lugar entre la fugacidad de la vida y la aparente eternidad de la piedra.

Eve Mae

Eve Mae

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Fábula de dos Mundos

Eve Mae

La obra de Eva nos invita a mirar un charco como si fuera un portal. Lo que parece un detalle cotidiano se convierte en un escenario donde la historia, la leyenda y el paisaje de Jaén conviven. Con una técnica que combina impresión digital, serigrafía y tintas especiales sobre papel hecho a mano, la artista construye una alegoría visual que habla de identidad, memoria y territorio.

El reflejo y la composición

La pieza se organiza en torno al agua de un charco, que actúa como superficie de tránsito entre mundos. Los bordes, inspirados en baldosas presentes en Jaén, sitúan la escena en un contexto urbano reconocible, al tiempo que señalan el umbral hacia un universo simbólico. Dentro del charco, las figuras emergen como si cobraran vida propia, en un espacio donde lo real y lo fantástico se encuentran.

Estilo y color

Para la creación de esta obra, Eva hibrida técnicas tradicionales y contemporáneas: desde la investigación del moku-hanga japonés hasta el uso de serigrafía con grafito sobre una pintura digital impresa en papel hecho a mano. El resultado es una obra que con sus elementos nos da la bienvenida a un universo oculto en lo evidente. Los tonos fríos de azules enmarcan el exterior del charco, mientras que en su interior surgen colores cálidos y verdes que aportan vitalidad a los protagonistas. Este contraste subraya la tensión entre superficie y profundidad, entre apariencia y esencia.

El marco cohesionador

El borde azul de las baldosas no es un simple adorno, sino un elemento integrador. Evoca la ciudad de Jaén y, al mismo tiempo, delimita el espacio en el que la memoria, el mito y la naturaleza dialogan. Es el recordatorio de que todo lo que sucede en la obra pertenece a un mismo universo, arraigado en un lugar concreto.

El diálogo entre símbolos

La obra cobra sentido en la relación entre sus protagonistas:

La mona de la catedral: esculpida originalmente en piedra y aquí transformada en figura viva, aparece acompañada de dos palomas. Representa la permanencia de la historia y la herencia del patrimonio, convertida en guardiana silenciosa de la memoria urbana.

El hada de los olivos y el lagarto de Jaén: en el lado opuesto, el lagarto mítico cobra vida y se convierte en montura de un hada que alegoriza el paisaje olivarero. Esta figura encarna la fuerza natural y la identidad agrícola de la provincia, vinculando lo real con lo legendario.

Entre ambos mundos flotan hojas y ondas de agua, que refuerzan la sensación de movimiento y de tránsito entre dimensiones.

Conclusión

La ilustración de Eva es una metáfora poética sobre Jaén como tierra de dualidades: ciudad y naturaleza, historia y mito, permanencia y transformación. Con un lenguaje visual que une lo artesanal con lo digital, la obra invita a mirar de nuevo lo cotidiano —un charco en la calle— para descubrir en él un universo de símbolos. Es un recordatorio de que la identidad de un lugar no se reduce a lo evidente de su paisaje, sino que emerge a través del diálogo entre el sentir de sus gentes y su propio paisaje: tangible, e imaginario.