La obra de Gerard Olivas Porcar es una meditación visual centrada en la figura de Mónica en un momento de reposo. A través de una depurada técnica de grabado en fotopolímero, partiendo de un positivo autográfico realizado sobre el soporte true grain, el artista construye una alegoría sobre la identidad, la vulnerabilidad y el espacio del sueño como un refugio frente a un mundo caótico. La composición se organiza en torno a la figura horizontal, que aporta estabilidad y calma en contraste con un fondo más dinámico.
El tratamiento de la figura es de un realismo delicado y meticuloso. El trazo manual del artista es preciso y sutil, modelando con suaves gradaciones de sombreado tanto el volumen del cuerpo como la textura de la ropa. La luz parece concentrarse en ella, resaltando la placidez de su rostro y acentuando la serenidad de su postura. El cabello, largo y oscuro, es tratado con especial atención, en línea con la investigación del artista sobre su papel como marcador de identidad; aquí fluye de manera natural, simbolizando un estado de ser auténtico y desprotegido. Que la modelo sea Mónica no es algo casual, pues sugiere un retrato íntimo en un momento de vulnerabilidad.
En marcado contraste, el fondo es un torbellino de trazos lineales expresivos, enérgicos y aparentemente caóticos. La gestualidad del artista se vuelve rápida y densa, creando una textura abstracta que evoca un ruido visual o la agitación del mundo exterior. Este fondo no funciona como un entorno físico, sino como un paisaje emocional, un «campo de fuerzas» que presiona y rodea la quietud de la figura central. Las extrañas formas orgánicas que se insinúan en los márgenes incluso sugieren que este caos amenaza con invadir el espacio seguro del sueño.
Esta dualidad formal es la clave de la interpretación de la obra. Dado el interés de Olivas Porcar por el cabello como símbolo sociocultural, la pieza puede leerse como una reflexión sobre la identidad en su estado más puro y latente. Mientras duerme, su identidad no se ve contaminada por el mundo exterior. Es la identidad de una creadora en reposo, conectada con el origen de su imaginación. El fondo caótico, por tanto, simboliza las fuerzas sociales, las expectativas y los conflictos que moldean y, a veces, violentan la identidad en el estado de vigilia. En este sentido, Olivas reinterpreta la visión de Goya, inspirada tras su visita al Museo de Jaén: si en el siglo XVIII los monstruos nacían del «sueño» de la razón, en la contemporaneidad parecen surgir precisamente de la vigilia, de la incesante presión del entorno amenaza la identidad individual.