La obra de Mónica Bermúdez es una pieza enigmática y profundamente poética, un grabado en fotopolímero sobre papel hecho a mano de lino y abacá que explora la disolución de las fronteras entre el cuerpo, el paisaje y la memoria. Inspirada en la teoría de la panarquía de los ecosistemas, la artista articula una meditación visual sobre los ciclos de crecimiento, colapso y reorganización que rigen tanto a la naturaleza como a la existencia humana. La obra no captura un instante, sino que representa un proceso de transformación perpetua.
Presentada en una paleta monocromática de tonos sepias y terrosos, la imagen posee una cualidad atemporal, como si fuera un hallazgo geológico o el fragmento de un recuerdo antiguo. La composición se aleja del retrato convencional para escenificar una integración radical: una figura humana camuflada, casi reabsorbida por la tierra. Este cuerpo no se impone al paisaje, sino que parece estar en la fase de conservación y madurez de un ciclo, en una simbiosis que lo vuelve indistinguible del entorno.
El elemento más disruptivo y conceptualmente potente son las dos grandes manchas rojizas que se superponen a la imagen. Estas formas orgánicas funcionan como el catalizador del cambio, el momento de «liberación» o destrucción creativa en el ciclo panárquico. Su presencia quiebra la profundidad fotográfica, afirmando la bidimensionalidad del grabado. A su vez, su ambigüedad material evoca múltiples posibilidades: heridas que inician el colapso, depósitos minerales que marcan el tiempo geológico, o veladuras de la memoria. Son, en definitiva, una marca deliberada, una intervención que simboliza el evento impredecible que fuerza al sistema a reorganizarse.
El tema central, por tanto, es la transformación cíclica. La figura no solo se funde con la tierra, sino que participa en su ciclo de impermanencia y resiliencia. Es una representación de la fragilidad, pero también de la pertenencia a un sistema mayor que se regenera a través del colapso.
En definitiva, la obra de Mónica es una «enunciación» sutil y poderosa sobre la interconexión y la transformación. A través de una composición que favorece el descubrimiento y una intervención abstracta que introduce la disrupción, la artista explora la disolución del yo en un ciclo ecológico más amplio. Es una pieza que nos habla de la belleza de la vulnerabilidad y de cómo el cuerpo, la memoria y el paisaje comparten un mismo destino de perpetua renovación y olvido.
